Rushmore

Una confluencia de actuaciones, temáticas y pirotecnia audiovisual sobre la que encuentro una gran afinidad, y que resuenan a nivel personal con gran énfasis y presencia sin igual.

Rushmore | Estados Unidos, 1998
Dirigida por Wes Anderson
Libreto cinematográfico por Wes Anderson y Owen Wilson
Reparto: Jason Schwartzman, Bill Murray, Olivia Williams, Brian Cox, Seymour Cassel, Mason Gamble, Sara Tanaka y Stephen McCole
Cinematografía por Robert Yeoman
Musicalización por Mark Mothersbaugh
Edición por David Moritz
Producida por Wes Anderson, Owen Wilson y Barry Mendel
Distribuida por Touchstone Pictures

Siendo un destacado exponente en actividades extracurriculares para la Academia Rushmore, Max Fisher (interpretado por Jason Schwartzman) es azotado por los duros hechos: o mejora sus notas o será expulsado. Forjando una amistad fortuita con el magnate acerero Herman Blume (Bill Murray), Max encuentra a un benefactor para emprender proyectos que lo mantengan en la matrícula escolar.

Las cosas no mejoran para Max cuando se enamora perdidamente de la maestra Rosemary Cross (Olivia Williams), la cual también recibe el afecto de Blume, creando así una serie de divertidas situaciones y enredos que llevan a sus protagonistas a enfrentar sus miedos y cruzar de una vez por todas el umbral de la madurez.

Inteligente, de plena confianza y con precisión milimétrica, Rushmore es una película que consolida a la joven promesa de Wes Anderson y Owen Wilson en el séptimo arte. Ambos co-guionistas amplifican con esta cinta el grado de control sobre la puesta en escena, a comparación de los esbozos fílmicos improvisativos e inocentes de su ópera prima, Bottle Rocket (1996).

Rushmore integra en su narrativa una comedia absurdista y profunda sobre el ansia juvenil, la soledad, la crisis de la edad madura y los problemas que implica el vivir una existencia sin un rumbo definido, basada en ilusiones, en evocar el pasado y seguir un escapismo inútil de una realidad que no admitimos y que nos forza irremediablemente a crecer y a ser honestos con nosotros mismos.

Anderson mantiene una consistencia estilística, con una precisa coreografía de las escenas, con una visión y conocimiento pleno de lo que se quiere lograr con el producto final. De igual forma, el realizador presenta sin tapujos homages al cine de culto, ésta vez integrándolos a la narrativa, transformando a la película en una forma de realismo mágico donde todo puede suceder.

El director además utiliza guiños a diversos artificios, que a la larga formarán parte de su repertorio, tales como sutiles segmentos en slow-motion, el uso de rotulaciones en letra Futura Bold, tomas abiertas en paisajes y secuencias con personajes en dos planos. En esta ocasión, su cinematógrafo Robert Yeoman descarta el uso de una paleta cromática brillante, inundando al film de tonos grises durante su hora y media de duración.

A diferencia de Bottle Rocket, Anderson logra con Rushmore el tener una sincronía palpable entre el contenido cinematográfico y la banda sonora. Parte de la efectividad de la cinta se basa sobremanera en la forma con la cual la selección del soundtrack — plagado de temas de rock británico — mantiene un balance y cadencia que refuerza consistentemente los temas plasmados en pantalla.

Esta película marca el debut de uno de mis actores predilectos, Jason Schwartzman, cuyo grado de confianza, soltura, y personalidad atrayente es sorprendente. Con su sólido performance, Schwartzman crea a un personaje 100% mercurial: carismático, bizantino, odioso, adorable, ingenioso, inexperto, tenaz, tímido, atrevido, brillante, osado, inseguro, provocativo, desequilibrado, que claramente no tiene idea de las consecuencias de sus actos, en su búsqueda irremediablemente infructuosa por salirse con la suya y con ello mantener un semblante de vida despreocupado, irresponsable.

Bill Murray, en el papel que lo posiciona en el parteaguas más importante de su carrera, desarrolla sin complicaciones y con una gracia increíble al personaje de Herman Blume, donde a través de pinceladas maravillosas crea a un individuo lleno de pathos, sueños y frustraciones que lo azotan constantemente. Amable, bipolar, solemne, impredecible, arrebatado, comprensivo, inmaduro, pero con un corazón de oro, Murray le permite a Blume el escapar de su miseria para encontrar las cosas que valen la pena conservar, las emociones a enaltecer y a las personas a quienes debe amar y apreciar.

Olivia Williams otorga elegancia, encanto y porte a Rosemary, cuyo character arc va develando paulatinamente la misma fragilidad que presentan Max y Blume, siendo llevada a la misma espiral autodestructiva.

Anderson y Wilson sorprenden con un sentido de ‘world building’, al plagar a Rushmore de una estética visual con locaciones que cobran vida propia, además de un excelente reparto de apoyo (Brian Cox, Mason Gamble, Sara Tanaka y Stephen McCole) que solidifica la presencia y relevancia tanto de Max, Herman y Rosemary.

Si hay un defecto en la cinta, es el hecho de que su conclusión nos deja con una sensación de estar presenciando un permanente ‘second act’, donde se da una resolución satisfactoria a los problemas de los protagonistas, pero ese velo surrealista lleno de arrebatos caricaturescos parece hacernos dudar si los personajes habrán captado la moraleja y mensaje de amistad, perdón y redención que les ofrece el plot.

Sin lugar a dudas, Rushmore es el esfuerzo más importante y la cinta definitiva tanto de Wes Anderson como de Owen Wilson, un artefacto cinematográfico fuera de serie que lejos de toda pretensión nos entretiene, cautiva y nos sumerge en un universo de ficción simplemente sensacional.

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