Deadly Class vol. 1: Reagan Youth
Escrito por Rick Remender
Arte por Wes Craig
Color por Lee Loughridge
Letra por Rus Wooton
Edición por Sebastian Girner
Publicado por Image Comics
Nunca un comic nos había golpeado tan duro, quizás, desde los inicios de Amazing Spider-Man con Stan Lee, Steve Ditko y John Romita, Sr., con esa cruenta crónica de los problemas personales, sociales y emocionales que su protagonista, Peter Parker, enfrentaba mes a mes, año tras año.
Si, había triunfos pero no se comparaban con las tragedias que azotaron al epónimo Hombre Araña, siendo la muerte de Gwen Stacy en Amazing Spider-Man #122 (de 1973) la más grande de todas, un punto de no retorno que solidifica a este personaje como el símbolo juvenil definitivo de los comics.
“Humanity is a meaningless spurt of consciousness — marring a once perfect void of space. There is no god watching over me. Nothing ever stops the beatings. My life is insignificant. A short, dull buzz. A brief flicker. And the universe moves on. None of it means anything. It was just shit that happened…”
Y es que en esa época, ese comic representaba el zeitgeist que se posaba sobre el comic book fan. Aislado, en soledad y encontrando en las páginas a cuatro colores esa válvula de escape a lo cruento de la adolescencia. Los problemas de Peter/Spidey eran NUESTROS problemas. Era nuestro avatar que encontraba en sus súper poderes la oportunidad de ser algo más de lo que el mundo podía ofrecerle en ese momento, y es su gran arrepentimiento y sentido de lo correcto lo que lo ayudaron a librar esa inicial soberbia para aprender, de la forma más dura, que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, una frase que en ese entonces no era para nada trillada sino necesaria, esencial.
“NORMAL? What is that? Suburbia, an overweight pill-popping wife, raising the next generation of automatons? Why participate in that? Is that what you REALLY want? I bet it isn’t. Tell us, why are you here, good neighbor Sam?”
Ahora, los comics son un commodity, un hobby más al alcance del mainstream, lo hip y los grandes consorcios. El drama interno sustituido por un negocio, perpetuado en base a fórmulas y diluyendo su originalidad de antaño, disfrutando de un escaparate inusitado y, claramente, lejos del ghetto al que fuese acorralada su audiencia original décadas atrás.
Así, la aguda ansiedad de la juventud dejó de ser retratada de manera honesta, escurriéndose solamente a través de momentos selectos dentro de la vitrina del comic indy, de la escuela del Fantagraphics, Los Bros. Hernández, Terry Moore y Harvey Pekar, tomando tonos más autobiográficos y acercándose a sucesos menos extraordinarios como los de un joven con poderes arácnidos, pero con ese mismo énfasis en la dureza de crecer y de persistir en ambientes urbanos y rurales que no ofrecen nada más que un destino lleno de hastío y de murallas infranqueables para ser quienes verdaderamente somos.
“Ethical compass would be fine if EVERYBODY has one. But too many don’t play by the rules. There are MONSTERS out there. And I’m going to be ready for them. I’m going to grow SCALES and breathe FIRE — and no one is EVER going to fuck with me again.”
Deadly Class toma la estafeta de estas influencias y, con el mejor diálogo que Rick Remender haya concebido en su longeva carrera, crea para nosotros un umbral hacia esos oscuros recuerdos, sucesos y vergüenzas que poco a poco se arrastran peligrosamente hacia la luz, y con ello envolvernos por completo en la desesperación y el preocupante deseo por desaparecer.
Es muy interesante cómo las comparaciones con Sallinger y The Catcher in the Rye aparecen en los círculos de crítica especializada y en los fans de este comic. Una referencia más que necesaria diría yo, lo cual nos habla de esa necesidad interior por buscar (y encontrar finalmente) un nuevo objeto de las artes que nos hable de frente y sea el reflejo de nuestras almas atormentadas.
“– too busy showing him how COOL I am. How FEARLESS. So he’d RESPECT me. No… so he’d LIKE me.”
Fuera de la estética emo/goth/punk que permea sobre su intrigante, sobresaliente y carismático reparto de personajes, este comic rompe muchísimos tabúes al representar de una manera sumamente interesante a las minorías tanto locales como inmigrantes que hacen de los Estados Unidos de América su hogar. Desde Los Bros. Hernández (en sus historias de “Palomar” y “Love and Rockets”) la comunidad latina no tenía una representación importante en los comics.
El nicaragüense Marcus López Argüello es el protagonista de Deadly Class, un autodestructivo adolescente y autoproclamado “víctima” de un gobierno aparentemente o completamente fallido como lo fue el de la controversial Era Reagan en los 80’s, siendo de esta manera nuestro guía en esa vorágine de emociones a flor de piel que paulatinamente lo van consumiendo, alejándolo de la realidad y aproximándolo al vacío. Sin deberla ni temerla, el destino le abre la oportunidad de pertenecer a un grupo, a medida que es inducido en la tanto esotérica como mortífera Kings Dominion School of the Deadly Arts, la cual intenta de formas tanto directas como poco ortodoxas el explotar y liberar ese potencial dañino que guarda dentro de sí.
“Just doesn’t matter WHERE they’re from, kids are ALL the same — VICIOUS. Only difference is, in this place… the dagger they put in your back is REAL.”
Marcus esconde cicatrices profundas, deseos de violencia y muerte que lo llevaron a cometer atrocidades que poco a poco Remender nos hace inferir pero sin mostrárnoslas por completo. Las cartas nunca se posan sobre la mesa, y es en ese proceso de autodescubrimiento que Marcus tomará decisiones cruciales si es que desea dejar atrás aquello que no lo deja crecer. Lo mismo sucede para sus nuevos amigos, en donde el triángulo amoroso y tensión sexual que se suscita entre él, la mexico-americana María y la enigmática japonesa Saya le harán las cosas más que difíciles, incluyendo el encono que encuentra entre sus “rivales” dentro de Kings Dominion, jóvenes asesinos quienes ven en él a un aparente “prodigio” en las artes de la muerte y que viene a quitarles su lugar preponderante en el escalafón del terror.
“Pathetic. Holding onto these splinters of memories. As if someone is going to find it when I’m gone and give a shit about who I was.”
Es en ese ambiente hostil donde Remender crea intercambios de naturaleza cruenta y entrañable. Su dominio del slang es agudo, creando por primera vez en un comic un feel de auténtica diversidad cultural y con palabras en idioma nativo que no se ven salidas de un Google Translator. Estos personajes hablan y se expresan de una forma auténtica, y es a través de experiencias dolorosas y muy personales por parte del autor que hacen cada entrega un acontecimiento.
Sus vivencias en las peligrosas calles de Phoenix, Arizona como un autoproclamado paria y desadaptado social, y sujeto al desdén y rechazo de una comunidad renuente a entenderlo lo han llevado a condensar para beneplácito de la audiencia del comic sucesos de gran resonancia en un trabajo de ficción que sin lugar a dudas lo encumbra entre los mejores autores de su generación, y una voz autoral de respeto.
“It’s ME. My anxiety. I do this thing after I’m around people where I OBSESSIVELY overanalyze EVERY interaction to see where I went wrong or who I offended. “Emotional paranoia” my therapist in the home called it. AGONIZING over everything I say, every choice I ever make.”
Es ese incisivo diálogo de naturaleza nihilista lo que hace a Deadly Class un comic que se aparta de todos los publicados en esta nueva ‘Era Dorada’ de Image Comics, y superando por mucho a notables publicaciones de magnífica manufactura como Lazarus de Greg Rucka, Fatale, The Fade Out y Velvet de Ed Brubaker, Supreme: Blue Rose de Warren Ellis, Pretty Deadly de Kelly Sue DeConnick, Prophet de Brandon Graham, The Wicked + The Divine de Kieron Gillen, Morning Glories de Nick Spencer, The Manhattan Projects y East of West de Jonathan Hickman, The Walking Dead de Robert Kirkman, así como el macabro Black Science (de su propia autoría).
“— Yo, what’re you listening to?
— The Smiths.
— Ah, man. That depressin’ shit?”
Pero es el tándem de Wes Craig en los trazos y el colorista Lee Loughridge los que hacen de Deadly Class uno de los mejores comics de esta segunda década del siglo XXI. Craig aprovecha cada milímetro de la página impresa, negándose por completo a hacer de sus layouts algo estandarizado. Su composición no se impone límites, y es así como los personajes saltan de un panel a otro, de un extremo a otro de la página para crear una danza secuencial realmente sobresaliente.
El comic ofrece escenas tanto de poderosa introspección como fulminante acción de alto octanaje, y su gran versatilidad e inventiva nos recuerdan a Will Eisner, Jim Steranko, Paul Gulacy, Dave Choe, Farel Dalrymple, Chris Ware, Frank Quitely y Brian Wood. Su dominio de los detalles hacen de cada imagen un objeto aparte, digno de escrutinio ante una gran cantidad de información visual y minucia más que interesante.
“— All I ever wanted was your OBEDIENCE, pecker head! But you couldn’t succeed at–
— I never asked you for ANYTHING! Why? Why couldn’t you love me? What was so bad — YOU COULDN’T LOVE YOUR OWN SON?!”
Loughridge, por su parte, no se impone tampoco una paleta de color uniforme, aumentando y disminuyendo a su acertado criterio las tonalidades para darle el énfasis necesario a las secuencias que Craig confecciona. Desde rojos sangrientos hasta el pastel multicromático, este talentoso colorista enfatiza el viacrucis psicológico, psicodélico y psicótico de Marcus, a medida que se sumerge entre bizarros recuerdos, el amor no correspondido, los vicios y en las políticas propias de los mercaderes de la muerte.
“Why did I do it? Answer makes me nauseous. All to IMPRESS them. All to show them how fucking fearless and cool I am. To hide the TRUTH: I’m terrified of being alone. TERRIFIED of another year without a friend… without a home.”
Es gran mérito de Remender el poder conciliar estas emociones dañinas con un evidente (aunque lejano) optimismo y notable sentido de asombro y ojos abiertos propio de la juventud que se abre paso en un mundo incierto y que amenaza con azotarnos con la pérdida de nuestra inocencia. Los personajes principales de Deadly Class perseveran ante las vicisitudes de la vida, y nos ofrecen momentos cándidos, provocativos y de profunda reflexión, así como tétricas realizaciones de que quizás no sean los héroes de su propia historia, sino los villanos por decisión propia y teniendo reacciones erróneas hacia un ambiente que los atosiga en todo momento.
“Life tattoos us with damage as a reminder. It’s inked onto your face and body now. It won’t be visible when you awaken, but people who know what to look for will see it, other victims of the same needle. It takes time to see them. It takes time to see anyone’s real damage. But your people will see the colors — like a flag — and they will call you home to them.”
De esta manera, este comic podrá durar los años que sean, y los tomos que sean. Con sólo seis ediciones Deadly Class entra en un pedestal aparte, en un pantheon especial. Es y será una obra maestra contemporánea y lo mejor que Rick Remender escribirá en su ahora fulgurante paso por el Noveno Arte, ahora que ha encontrado un reconocimiento masivo. Él nos ha recordado esa inocencia perdida, eso que Stan Lee tan agudamente nos transmitió hace ya más de 5 décadas, y que hoy vemos recuperado en las páginas de esta sensacional saga.
Para las nuevas generaciones, regocíjense, ya encontraron a su estandarte definitivo, mientras que nosotros hemos hallado por fin algo con lo cual podemos despertar esa dolorosa pero necesaria nostalgia, la que nos hace evocar duras lecciones para continuar con nuestro camino.