La representación femenina en los comics ha pasado por muchas etapas o ciclos, siendo un tema del cual las editoriales y el propio medio pasaron de él por mucho tiempo.
Si hiciera una lista de mujeres que contribuyeron en comics americanos entre 1998 a 2009 (cuando comencé a leerlos y antes de la explosión de Image y la compra de Marvel por Disney), me encuentro con muchos nombres, aunque no suficientes: empezando con Jenette Kahn como presidenta de DC por poco más de tres décadas; editoras como la legendaria Karen Berger en Vertigo, Marie Javins, Nancy Dakesian, Alitha Martínez, Jeanine Schaefer y Bobbie Chase en Marvel; escritoras como Jen Van Meter, Gail Simone, Christina Z, Devin Grayson, Ann Nocenti, Kathryn Immonen, Christina Weir, Barbara Kesel, Louise Simonson, Hope Larson, Kelly Sue DeConnick, Jo Duffy, Robin Furth, Leah Moore, G. Willow Wilson, Alex de Campi, Nancy A. Collins y Rachel Pollack, siendo ella la primera autora transgénero de la que tuve referencia; novelistas como Marjorie Liu, Laurell K. Hamilton y Jodi Picoult dieron el salto a los comics; dibujantes y guionistas como Colleen Doran, Chynna Clugston, Carla Speed McNeil, Jessica Abel, Colleen Coover, Wendi Pini, Trina Robbins, Jill Thompson, Melinda Gebbie, Alison Bechdel y Becky Cloonan; ilustradoras como Amanda Conner, Jan Duursema, Jo Chen, Pia Guerra, Nicola Scott, Jelena Djurdjevic, Lea Hernández y Julie Bell; letreristas como Saida Temofonte; coloristas como Tatjana Wood, Laura Allred, Laura DePuy y Rachel Dodson.
En nuestros días el número se ha incrementado exponencialmente, y se han derribado muchos prejuicios, tabúes y estereotipos. La mujer comiquera goza de un reconocimiento merecido y de gran cartel, ya sea en editoriales establecidas o bien autopublicando. Las narradoras gráficas actuales exponen su trabajo bajo un rango de estilos amplísimo—cuando comencé a leer comics, la técnica encontrada en el Manga y el anime era el gateway por antonomasia para las artistas, pero ese handicap se ha superado completamente.
En la ficción a cuatro colores, el personaje femenino por excelencia es Wonder Woman, un mito y un símbolo para muchas generaciones. Desafortunadamente han sido pocas las mujeres que la han escrito, algo que en los últimos 20 años ha cambiado. La ausencia de la voz autoral de la mujer en los comics comerciales es notable, y eso ha derivado en caracterizaciones limitadas, explorando únicamente narrativas propias de la fórmula clásica del comic de acción, que va de un punto A al B pero sin detenerse a reflexionar si estas heroínas se definen a sí mismas por sus acciones y sentimientos, o bien por la manera en que llenan el molde definido por los hombres a su alrededor. La mirada masculina pone en un contexto distinto a estas bienhechoras, siendo un sesgo que se debiera evitar a toda costa para ampliar su appeal a audiencias casuales, quienes puedan verse representadas por las cualidades positivas y la psicología que las envuelve.
En mi tiempo de leer a personajes femeninos, podría enumerar algunos ejemplos de autores hombres que han sabido trascender y librarse de esas trampas que menciono:
Emma Frost & Wonder Woman, por Grant Morrison (por mucho el autor hombre de tónica feminista más importante, y anterior al resurgimiento de este movimiento social).
Rogue & Songbird, por Fabián Nicieza. A través de una prosa introspectiva, el autor argentino desmenuzó su psicología en amplio detalle.
Batgirl, por Cameron Stewart, Brenden Fletcher y Babs Tarr & Black Canary, por Brenden Fletcher y Annie Wu. En ambos casos, la estética visual y feminista impuesta por Tarr y Wu les ha dado un giro definitivo a ambos personajes.
Jessica Jones & Spider-Woman, por Brian Michael Bendis. La consigna de Bendis por crear personajes femeninos reales—además de heroínas de larga estancia dentro de un amplio espectro racial—siempre ha sido uno de sus sellos característicos en su trajinar por el mainstream.
Jenny Sparks & Jakita Wagner, por Warren Ellis. Mujeres de armas tomar, bagaje amplio y personalidad magnética.
Batwoman, por Greg Rucka, J.H. Williams III y Haden Blackman. Ambos autores construyeron una estética visual y de caracterización magnífica para convertir a Kate Kane en un estandarte LGBT en la ficción serializada.
Kate Bishop, por Matt Fraction en “Hawkeye”. Fue tal el éxito de Kate que logró opacar a su co-protagonista.
Sharon Carter, por Ed Brubaker en “Captain America”. De damisela en desgracia a mujer de armas tomar. Bravo.
Jane Foster, por Jason Aaron en “Thor”. Dentro del comic comercial, la historia aspiracional de esta heroína no tuvo parangón.
El inusual caso de Lord Fanny—por Grant Morrison en “The Invisibles”—se convirtió en el personaje transgénero más emblemático de todos.
En ámbito independiente, podemos enumerar también a múltiples historias de éxito, tales como Lee en el comic de “Fallen Angel” escrito por Peter David; Forever Carlyle, por Greg Rucka en “Lazarus”; Saya & María de Rick Remender en “Deadly Class”; la extravagancia y aura queer de Lucifer, por Kieron Gillen y Jamie McKelvie en “The Wicked + The Divine”; Syd, por Eric Stephenson en “They’re not like us”; todas las protagónicas en el comic de “Morning Glories”, por Nick Spencer y Joe Eisma; Rori Lane, por Jim Zub en “Wayward”; Zephyr Quinn, por Matt Fraction en “Casanova”, y el célebre rite of passage de Evey Hammond en el siempre relevante “V for Vendetta” de Alan Moore, un autor cuyo talento para crear personajes femeninos memorables y de amplia vigencia encontró también el éxito en el título de “Promethea”.
¿Vieron cómo muchos de estos personajes forman parte de franquicias súper exitosas y en ningún momento pudieron ser usadas por autoras mujeres? Inconcebible, ¿no es así?
En la actualidad, las publicadoras de comics mainstream se han concientizado de esta emergencia de “La Autora” en toda la extensión de la palabra: mujeres profesionales que se abren paso con un trabajo arduo y de gran calidad, que han creado un trademark y que exigen una oportunidad justa para plasmar sobre la página impresa una voz auténtica que las represente.