— figuras folclóricas de discusión pública; my own personal canon
Vincent Deighan, mejor conocido como Frank Quitely (un anagrama de ‘quite frankly’), es de forma indiscutida mi artista visual favorito. Siendo uno de los maestros modernos dentro del arte secuencial, los comics, Quitely le imbuye a la página impresa no solamente un dinamismo y espectacularidad sino una idiosincrasia aparte, elementos detallados, un marco conceptual si me permiten el término, siempre con un enfoque en el diseño consciente de la acción, del movimiento, del atinado lenguaje corporal y el uso de la escenografía como parte integral de la narrativa, nunca estática, siempre transmitiendo información importante a la vista del espectador/lector y sin perder claridad.
El oriundo de Glasgow ofrece trazos inconfundibles y que son capaces de demoler formalismos y esconder influencias—Jean Giraud, Will Eisner, Frank Miller, Jack Kirby, Frank King, Zoran Janjetov, Enki Bilal—siempre con la consigna de llevar a su arte a un flujo progresivo, telegrafiando a la acción en configuraciones diversas, en donde cada panel nos conduce de forma sutil por rumbos horizontales hacia la profundidad de campo, a congelar el momento pero con la propiedad fundamental de palpar un sentido de “movimiento”—una cualidad que lo separa por mucho de sus contemporáneos—de sustraer elementos para colocarlos nuevamente a la palestra, denotando ubicación y marcos de referencia. De esta manera el lector destina una gran parte del tiempo en escudriñar a sus ilustraciones, intentando captar a todos los diminutos motifs y minucia que Quitely regala, creando un notable valor agregado a la lectura.
Con un ojo fino para el detalle y el diseño de modas, cualquier objeto o persona dibujada por Quitely adquiere una fisicalidad impresionante, lo que le da una presencia, elegancia, arrojo, identidad y significado que es palpable. Ya sea con herramientas digitales o análogas, el trazo de Frank Quitely emplea líneas de gran finura tanto con rigidez o libertad según sea necesario, dándole a sus ilustraciones acabados impresionantes, así como la sensación aparente de texturas diversas, imperfecciones y peso específico que le inyectan a su trabajo una personalidad única que se debate entre el hiperrealismo, lo bizarro, lo fantástico, lo surreal, la complejidad arquitectónica y el naturalismo de lo cotidiano, pero sin perder ese toque cándido, gracioso y espontáneo de la caricatura/tira cómica clásica de principios del siglo XX, siendo dotadas de una estilización, ritmo frenético y efectos visuales que le otorgan gran modernidad y alto impacto sobre la audiencia.
Su dominio sobre la página es tal que todas sus partes cumplen un propósito para impulsar a la narrativa hacia adelante, sin lugar para superficialidades. Cada panel posee vida propia, se estira, se deforma, adquiere configuraciones inusuales, volviéndose parte de la historia. Su gran manejo de sombras crea momentos y atmósferas que dan énfasis y guían al lector hacia puntos específicos. Su gran sentido del espacio le permite desplazar al lector a través de toda la página, controlando el ritmo, “deteniendo” instantes en el tiempo, descomponiéndolos en múltiples secuencias independientes—presentados como un espectáculo aparte, pero bajo una notable armonía—trasladando a sus personajes entre páneles, rompiendo de esta manera “la cuarta pared” con gran originalidad y audacia.
El sello distintivo de Frank Quitely es sin duda darles una dimensión diferente a las normas narrativas convencionales en el comic de género, creando su propio idioma y sus propias reglas, siempre en constante evolución. Bajo su estilo insignia las historias salen del molde, se transforman, se vuelven relevantes, repletas de novedad, con amplio sentido de asombro y escala, con un radicalismo de estados físicos y psicológicos en efervescencia, siendo además enérgicas, viscerales, veloces, con colorida psicodelia, gore, ultraviolencia, siempre poderosas e imperdibles.